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El castillo de Illueca

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | Pedro Martínez de Luna nació en el castillo familiar materno de Illueca en 1328. Fue el segundo hijo del matrimonio formado por Juan Martínez de Luna, señor de Luna y Mediana, y doña María Pérez de Gotor, que descendía del rey moro de Mallorca. La historia es como sigue: cuando Jaime I conquista Mallorca, adopta al hijo del rey moro, le pone nombre cristiano, lo casa con Eva, hija de don Martín Roldán y lo hace señor de Gotor. Su hijo don Blasco de Gotor recibió de Jaime I el señorío de Illueca, a quien sucedió Miguel Pérez de Gotor. Al cuarto señor, Ximén Pérez de Gotor, le sucedió doña María, madre de Pedro Martínez de Luna, Benedicto XIII, a partir del 28 de septiembre de 1394. Y el Cisma continúa con él. En el Concilio de Constanza se elige papa a Oton de Colonna, que tomará el nombre de Martín V. El día de la coronación, Felipe Malla pronuncia un solemne discurso. El nuevo papa, como bien señala su apellido, será la columna sustentadora de la iglesia. Y se cita el Apocalipsis: "Se vio un prodigio en el cielo; una mujer vestida de sol, con la luna a sus pies y una corona de doce estrellas". La mujer era la iglesia y la luna cismática, abatida a sus pies, Benedicto, que no sale de sus trece. Poco a poco el papa Luna se va quedando solo, sin cardenales y sin séquito. Hasta Fernando I, quien le debía la corona de Aragón, y Vicente Ferrer, su confesor, lo abandonan a su suerte. Ya en el proceso de canonización del dominico valenciano, se incluían unos prodigios alarmantes. Nicolau de Eymerich, el inquisidor de turno, se dio cuenta y quiso procesarlo por herejía, pero Benedicto se apresuró y destruyó el informe.

El papa Luna, recluido en el castillo templario de Peñíscola, sufre un intento de envenenamiento en julio de 1418. Detrás de esta acción se encuentra el papa Martín V. Y en este castillo muere, rodeado de una fabulosa biblioteca y de los cuatro fieles amigos a los que nombró cardenales poco antes de su muerte, para que eligieran nuevo papa. Sólo un cardenal no está en Peñíscola, Jean Carrier, que consideró simoníaca la elección de Gil Sánchez Muñoz, Clemente VIII, y el cónclave. Refugiado en su castillo del bosque de Rouerges, designa un papa secreto, Benedicto XIV.

Alpartil en su Crónica apunta que el 23 de mayo de 1423, día de Pentecostés, murió Benedicto XIII. El Domingo de Ramos y el día de Jueves Santo de 1430, emanó una abundante fragancia de la tumba de Benedicto. Su sobrino Juan de Luna pidió autorización al rey para trasladar sus restos a Illueca. Y en una sala del castillo estuvieron hasta principios del siglo XVIII, en que los franceses, en la Guerra de Sucesión, ocurrida tras la muerte del último Austria, que apoyaban al futuro Felipe V, asaltan el castillo, golpean la momia de Benedicto, quizá para quitarle el pontifical, y la arrojan por un barranco. Sólo el cráneo se salva. Durante la última guerra civil unos muchachos juegan en la plaza Muñoza de Saviñán con su calavera, como si se tratara de una pelota, como ya había vaticinado Vicente Ferrer, como castigo de su orgullo.

También conocemos el cráneo de Goya por un cuadro que se guarda en el Museo de Zaragoza, pintado por Fierros en 1849. Al parecer un médico frenólogo, amigo del marqués de San Adrián y del pintor Fierros, había recogido el cráneo de Goya en Burdeos en 1848 y el pintor no pudo resistir la tentación de plasmar en un lienzo el retrato del cráneo de Goya. A la muerte del pintor, depositario de tan preclara calavera, pasó a su hija, que ignorante del asunto la cedió a su marido, apellidado Gamallo, médico de profesión, que un buen día la rellenó de garbanzos que, humedecidos conveniente, reventaron todos los huesos. Esta anécdota la contó Dionisio Gamallo Fierros, hijo del médico y nieto del pintor.

El Breviario Cesaraugustano recoge en sus Lecciones que Lamberto, labrador de Zaragoza y siervo de un señor infiel, al ser decapitado por éste, por no querer renegar de su fe, tomó en sus manos su cabeza ya cortada y caminando tras sus bueyes, fue a dar con el lugar donde estaban enterrados los Innumerables Mártires de Zaragoza. Con la explosión de la cripta de los Mártires en el primer Sitio de 1808, se destruyó el altar dedicado a San Lamberto y una urna de mármol que guardaba su cuerpo, sufriendo daños los relicarios que guardaban el cráneo y la sangre del santo. El papa electo Adriano VI, a su paso por Zaragoza en 1522, avivó la devoción al santo entre sus paisanos y el llamado espino de San Lamberto, en el preciso lugar de su martirio, donde se levantó un convento de padres trinitarios. Adriano se llevó a Roma unas reliquias del cráneo de San Lamberto, en una arqueta de plata, regalo de los jurados de la ciudad, y las gotas de sangre, que según cuentan los cronistas de la época que brotaron, se recogieron en un relicario que la ciudad hizo en 1529, sustituido por otro más rico, ofrenda del zalmedina Francisco Sanz Cortés, marqués de Villaverde desde 1670, que compraría a Ana Polonia de Luna sus bienes y título de Morata en 1665. ¡Si don Pedro de Luna hubiera levantado entonces la cabeza!

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