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Transbordo de tren de 1888

RODOLFO LACAL | Separo del resto de entregas sobre las inundaciones del río Jalón ésta que versa sobre un relato en particular publicado en El Pais del 29 de mayo de 1888. Antes de transcribir su contenido, al que después haré mis comentarios, quiero advertir que a mi me indigna el trato dado a nuestro pueblo y gentes, y no quiero calificar al reportero porque cualquier epíteto con que le pueda describir sería mejor que el que merece. Aquí os lo pongo:

EL TEMPORAL DE AGUAS


    Nuestro compañero Sr. Millán, que ¡por fin! llegó a Pamplona nos escribe una extensa carta continuando la narración de su viaje.

    En su carta de anteayer nos comunicaba su salida de Ariza. He aquí lo más saliente de lo que le ha ocurrido desde aquel momento hasta el de su llegada.

    "A la una y cuarto -dice- nos avisaron que podíamos seguir, aunque con precauciones, pues desde Alhama a Bribiesca era imposible el tránsito y de todo punto indispensable un transbordo antes de llegar a esta última estación.

    "¡Ay! ¡Era verdad lo que me dijo entonces!" podemos exclamar con Becquer. Unos tres kilómetros antes de llegar a Bribiesca tuvimos que echar pie a barro, meternos en él hasta los tobillos y buscar unos coches que allí estaban para transportar a los viajeros al otro lado de la cortada vía. A todo esto diluviaba; no contábamos más que con dos coches para hacer el transbordo (lo que obligaba a atestarlos de gente y equipajes), había que pasar un riachuelo que venía crecido, metiéndose el coche hasta media rueda, y lo que es peor, teníamos que sufrir las impertinencias y groserías de aquellos mayorales, que casi casi nos hacían responsables de la tormenta y de la pérdida probable de sus cosechas.

    Llegamos a Bribiesca y nos instalamos en el tren que venía de Zaragoza y cuyos viajeros habrán sufrido análogas peripecias a las nuestras al tomar posesión de los coches que nosotros dejamos.

    Eran las dos y media de la tarde y no había ya posibilidad de enlazar con el mixto de Pamplona. ¡Quien sabe! pensamos, si el transbordo de equipajes se hace pronto y se detiene el tren a esperarnos en Casetas, podremos llegar a Pamplona esta noche, aunque sea más tarde.

    Pero el transbordo duró seis horas para hacerlo, solo se contaba con cuatro carros y los dos coches ya citados. Estos desaparecieron en cuanto hicieron unos cuantos viajes, siendo de advertir que uno de ellos no hizo más que el primero; pues al querer entrar en el vehículo un enfermo que desde Madrid se dirigía a Pamplona, y que de no haber sufrido tanto contratiempo y tanta molestia hubiera llegado a su casa, murió al tiempo mismo que a puñados intentaban meterle en el carruaje.

    Este tuvo, pues, que seguir solo con el muerto, un pobre joven de unos dieciocho años, su desolada madre y un pariente que les acompañaba. Allá fueron a entregar el cadáver unos guardias, y al contemplar nosotros aquella triste escena y la situación de aquella infeliz madre, dejando a su hijo en un poblachón horrible y sufriendo además todas las incomodidades de la justicia en estos casos, dimos por bien empleados nuestros contratiempos, y nos consideramos felices. El que no se consuela es porque no quiere.

    Desde aquel momento todo lo llevamos con paciencia; el interminable transbordo, el viaje a paso de carreta hasta Casetas, la contrariedad de no encontrar allí sitio donde pasar la noche y tener que cobijarnos en unas cocheras hasta la llegada del día, el haber empleado cuarenta y tantas horas en un viaje que contábamos hacer en diecisiete, todo lo vimos aceptable al lado del cuadro presenciado en Bribiesca.

    ¡Pobre madre!

    Y vamos a la compañía.

    ¿Por qué dejó salir el tren?

    ¿Por qué no dispuso alojamientos en las estaciones de empalme sabiendo que no habían de encontrar tren para seguir viaje los de Navarra y Logroño?

    Cuanto se diga acerca del mal servicio y de la incuria de las empresas sería poco; es imposible pintar la situación de aquellos viajeros, rendidos de cansancio y de fatiga, que se vieron precisados a tomar por asalto algún que otro olvidado coche para esperar allí el tren del día siguiente.

    Es imposible pintar la desesperación de muchos de ellos que hubieran alcanzado algún tren de enlace si el transbordo se hubiese hecho en condiciones medianamente pasables.

    Y cuenta que no todos tenían recursos para estar dos días más fuera de sus casas; que había muchos que venían de San Isidro con el dinero justo para el regreso, y se encontraron detenidos y sin poder comer.

    Y si bien los de Ariza hicieron cuanto les fue posible, en otros puntos no sucedió lo mismo, habiendo llegado el caso de hacer pagar en Casetas ocho reales por unas sopas de ajo y un poco de vino.

    Es incuestionable; mientras nuestros hombres políticos sean consejeros de las compañías, siempre harán estas su capricho, casi siempre en relación con su negocio, y al público lo tratarán como a quien no tienen que temer ni por qué guardar género ninguno de miramientos.

    Algo vi en este viaje que pone de relieve esto, y que me dará pie para un artículo"


No lo puedo remediar. Me indigna que culpe a Bubierca y sus gentes de algo de lo que no tienen culpa. Si llueve torrencialmente, si se desborda el río, si se corta la vía, si hay pocos coches (coches de caballos) y carros disponibles, si se muere un pasajero, ¿qué culpa tiene Bubierca para que se le tache de "poblachón horrible"? Y encima le molesta que los mayorales de los carruajes se quejen de que se pierdan sus cosechas y, ciertamente, culpen al ferrocarril de producir la inundación de tierras que antes no se inundaban fácilmente. Para eso recomiendo leer mi entrega anterior sobre "El ferrocarril y el río".

Además, durante seis horas esperando en la estación de Bubierca a que acabase el transbordo, ¿no le dio tiempo al ceporro (perdón, no puedo reprimir dedicarle un insulto) de darse cuenta de que nuestro pueblo se llama Bubierca y no Bribiesca (bonita localidad burgalesa)? ¿Y no podría informar en algún punto del relato, ya no digo el nombre del barranco que cita (Valdechavida), para lo que entiendo que tendría que haber preguntado al mayoral, sino el nombre del río desbordado, el Jalón, que no es moco de pavo y que le acompañó en su recorrido hasta Casetas?

Algo, de todos modos, he aprendido de la carta del Sr. Millán: la palabra Incuria, que nunca había oído, y que significa poco cuidado o negligencia.

No cabe duda de que el amigo Millán era un señorito, al que meter los pies en el barro le sacó de sus casillas. Imagino que las groserías de los mayorales pudieron haber sido un intercambio de tales malas palabras con el articulista.

Por otro lado, el episodio del fallecimiento del joven pasajero me ha hecho reflexionar sobre las competencias de las autoridades territoriales. Me explico. El relato cuenta que el pasajero fallece justo en el momento en que lo están subiendo al coche de caballos para hacer el transbordo. Y cuenta que el cadáver lo trasladan a Bubierca. ¿No hubiera sido más sencillo trasladarlo a Alhama, dado que el camino no estaba en tan mal estado? Interpreto que no se hizo así porque el fallecimiento se produjo en término municipal de Bubierca, lo que obligó a llevar el cadáver (y no sé si ser enterrado) a Bubierca. Me pregunto si hoy en día, en una situación similar se obra del mismo modo.

Por último, y en descargo del autor de la carta, me quedo con la siguiente frase: "Es incuestionable; mientras nuestros hombres políticos sean consejeros de las compañías, siempre harán estas su capricho, casi siempre en relación con su negocio, y al público lo tratarán como a quien no tienen que temer ni por qué guardar género ninguno de miramientos.". Es una frase que, sin cambiar una coma, podría escribirse con total actualidad y vigencia en los diarios de nuestros días.

Bubierca (27-3-2012)

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