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La epidemia de cólera de 1885 en Zaragoza

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | En el verano de 1884 el cólera ya causó numerosas víctimas en Marsella y Tolón. Según cuenta Juan Moneva en sus Memorias, la ciudad de Marsella había aceptado un cargamento de trapos viejos con cólera morbo asiático. Una parte fue expedida a Valencia y de allí se extendió a buena parte de la Península, alcanzando gran virulencia en el verano de 1885. El cólera se manifestó en Jaca y en Alcañiz, donde se tomaron medidas muy enérgicas. La provincia de Zaragoza fue la más castigada de España con 13.526 muertos por el cólera, seguida de Valencia y Teruel con 6.960 muertos. En Huesca murieron 1.232 personas.

Zaragoza declaró el estado oficial de epidemia el 21 de julio, aunque ya el día de la Virgen del Carmen los casos de desórdenes intestinales habían aumentado alarmantemente. Según Moneva las consignas eran no comer vegetales crudos y aun guisados, tomar antes de cada comida un vaso de agua, añadiendo de 3 a 5 gotas de ácido clorhídrico, proveerse de una botella de ajenjo, para tomar una copa de licor o una cucharada sopera cuando se notara cualquier molestia en el vientre, y colocarse bajo la camisa, a la altura del pecho, un disco de cobre de 5 o 10 cm. de diámetro.

La política sanitaria gubernamental de Romero Robledo se basaba en el acordonamiento e instalación de lazaretos en las poblaciones. Las Diputaciones y Ayuntamientos debían establecer puntos de observación para vigilar y tratar a los viajeros enfermos y a la vez desinfectar los productos de consumo. Se ordenaba además el aislamiento de los focos epidémicos en las poblaciones, el establecimiento de hospitales provisionales en las afueras, la desinfección de las casas y el máximo cuidado en la higiene general. Cuenta Moneva que excepto el alcalde de Zaragoza, Pedro Lucas, y el cardenal Benavides, el resto de las autoridades locales, como José de Ayala y Herrera, Gobernador Civil, Rafael Cistué y Navarro, Presidente de la Diputación, y Faustino Sancho y Gil, Vice-Presidente de la Comisión Provincial de Beneficencia, mostraron su miedo por la epidemia.

La iniciativa civil fue determinante. La actuación de la policía urbana y del cuerpo de bomberos fue también muy meritoria. El mismo 21 de julio el concejal Ezequiel González participó a sus amigos Rafael Fuster, Pablo Gil Marraco y Salustiano Lapera, la necesidad de formar un Centro de Socorro que atendiese con rapidez las necesidades de los vecinos, aliviando las tareas del alcalde. Al cabo de dos horas se reunieron un buen número de personas en la Casa de la Infanta, nombrándose una Junta Directiva presidida por Ezequiel González, en la que estaban incluidos los párrocos de San Lorenzo, San Andrés y San Juan y San Pedro. Por iniciativa de Ezequiel González la presidencia pasó a Justo Zugarramurdi, pasando a ser aquél presidente honorario. A continuación se abrió una suscripción para atender los primeros gastos que ocasionaran las primeras necesidades, acordándose el nombramiento de una sub-comisión para que estudiara y formulara las bases para formar una Asociación, que serían deliberadas por la Junta Directiva a las 8 de la tarde. A las 3 de la tarde esta sub-comisión se constituyó en sesión para estudiar y discutir los medios a emplear para combatir la epidemia, acordándose que la demarcación objeto de los cuidados de la Asociación comprendería la plaza de San Pedro Nolasco, las calles de San Juan y San Pedro, parte de la del Refugio hasta San Jorge, Jaime I, desde la calle de San Jorge hasta la de la Verónica, toda ésta y la de San Pedro Nolasco, y las comprendidas en este perímetro. Sus vecinos serían atendidos moral y materialmente. También se determinó constituir tres comisiones de a lo menos siete individuos cada una, para el mejor orden de la Asociación, siendo la primera la de Higiene, formada por el farmacéutico Francisco Bueno, el médico Blas Urzola, Rafael Fuster, Esteban González, Ricardo Magdalena, Hipólito Loscos, José Alonso y Manuel Ferrer. Esta comisión se encargaría del aseo en las habitaciones, la limpieza de calles y plazas y de las desinfecciones. La segunda comisión sería la de Asistencia, formada por Gabriel Masete, Alberto López, Salustiano Lapera, Pablo Gil Marraco, Juan Ballesteros, Justo Zugarramurdi y Gregorio Pomareta. Se encargarían del cuidado de la asistencia médica de los enfermos y del socorro en ropas y alimentos a los necesitados. La tercera se denominó Económica. A ella pertenecían Manuel León, Pedro Tiestos, Ángel Arnau, Manuel Turmo, Ezequiel González, Florencio Izuzquiza y Policarpo Villellas. Como función tenía la de promover suscripciones y donativos, así como la de cuidar de la recaudación y administración de los fondos.

Asimismo se decidió que la Casa de la Infanta se considerase sede y Centro de la Asociación, una vez conseguido el permiso del Círculo de la Izquierda, como así se obtuvo por mediación de Rafael Fuster, y en ella celebrasen las sesiones la Junta Directiva y las Comisiones.

A las 8 de la tarde se aprobó en todas sus partes. Ezequiel González, Justo Zugarramurdi, Rafael Fuster, Ángel Arnau y Pedro Joaquín Soler se personaron en casa del alcalde para darle a conocer las iniciativas del Centro, que fue el primero en su clase en la ciudad. El alcalde aprobó el trabajo y ofreció su apoyo y dos facultativos pagados por el Ayuntamiento, los cuales, en vez de establecerse en el Almudí público, prestarían sus servicios en la Casa de la Infanta.

El 22 de julio Soler visitó a Cándido Domingo, que promovió la instalación del segundo Centro en la Escuela de la Victoria. Zugarramurdi redactó y publicó una circular que prohijó la Junta Directiva de la Asociación sanitaria de la demarcación de la Casa de la Infanta. En ella se afirmaba que en tan difíciles circunstancias "no debemos esperarlo todo de la acción de nuestras dignas autoridades por momentos más creciente y más solicitada. El consejo de la experiencia enseña que el cuidado inteligente en los primeros amagos de la enfermedad colérica, es las más veces la salvación de una muerte segura. En los peligros extraordinarios para la salud, como en los grandes dolores de la patria, álzanse poderosos los sentimientos de unión fraternal, que acrisolados en el dulce calor de la caridad, convierten en amor el propio egoísmo. Inspirado en estas verdades han concebido algunos de nuestros convecinos un grande pensamiento, que hallando eco en la opinión de respetable número, ha recibido forma, organización y ejecución tan inmediata, como la necesidad apremiante reclama".

A la Casa de la Infanta, situada en el número 10 de la calle de San Jorge, donde tenía la Asociación su Centro de servicios, podían acudir ricos y pobres, fuera de día o de noche, para pedir auxilio y asistencia, pues allí habría constantemente una guardia de vecinos, médicos, farmacéuticos y los ordenanzas necesarios a disposición del vecindario. Zugarramurdi señalaba: "Los que suscriben, penetrados profundamente de que ante el peligro que nos amenaza pueden ocurrir angustias en todas las familias sin distinción en los momentos imprevistos que causan alarma y confusión en el hogar del rico y la desesperación de la soledad o de la miseria en el del pobre, y de que la enfermedad de uno puede ser también una amenaza a la salud de todos, no dudan que han reflejado en esta Asociación la aspiración del corazón generoso, la previsión del hombre prudente y el consolador deseo del necesitado y por tanto esperan y solicitan, para tan buena y útil obra, la cooperación de sus convecinos".

Los periódicos de la tarde dieron cuenta de lo acaecido y tras ello los Centros de Socorro surgieron en todos los ámbitos de la población.

La sección de Higiene visitó todas las casas de la demarcación, una por una, recomendando la limpieza en habitaciones, vestidos, corrales y letrinas y un régimen alimenticio en consonancia. La comisión de Asistencia domiciliaria estudió la manera de socorrer a los pobres, facilitándoles alimentación sana y bien condimentada, contratando para ello a Juan García, habitante de la calle de San Andrés, que se comprometió a suministrar un cocido de buen garbanzo, patata, carne y tocino, con su correspondiente sopa, por 37,5 céntimos cada ración, y pan de primera calidad con el hornero Alberto López, a razón de 13 céntimos libre. La comisión Económica recorrió toda la demarcación en demanda de donativos o suscripciones.

El día 23 de julio se instalaron los médicos en el Centro, visitando en la demarcación hasta el final de la epidemia, según constaba en el registro, a 167 enfermos, siendo 93 coléricos y 74 de padecimientos comunes, elevándose el número de visitas a 1.156. Los facultativos eran Antonio Burges, Esteban Brotons, Mariano Berdejo, Luis Lecha, Juan Bastero y Agustín Ibáñez.

Desde el 28 de julio se establecieron dos guardias, una diurna y otra nocturna. Los señores González, Fuster, Gil Marraco, Ferrer, Loscos y Pomareta estuvieron en los salones de la Casa de la Infanta dispuestos a prestar servicio de día, casi constantemente, y de noche hasta hora muy avanzada. La sección Económica recaudó 4.387,95 pesetas como donativos y 1.315 pesetas por suscripción, con un total de 5.762,95 pesetas. De ellas se gastaron 3.500,09 pesetas, según las cuentas presentadas por Pedro Arana. La sección de Asistencia suministró 4.070 raciones de cocido, distribuyendo además raciones de caldo hasta que se persuadió de su inoportunidad, suministrándose desde entonces en metálico a razón de 6 reales diarios. El 3 de agosto se acordó la mejora del cocido para los más pobres, pagando por cada ración 50 céntimos en vez de 37,5 céntimos. En esta reunión el señor Fuster propuso la necesidad de facilitar ropa de cama a los que la necesitasen, formando para tal fin una comisión.

El 20 de agosto la Junta Directiva, al comprobar que la epidemia remitía, trató de evitar algunos abusos en el suministro de socorros, acordándose la revisión de las personas socorridas. Se acordó que los médicos que recetaran caldo a los enfermos lo hicieran sólo por tres días y si fuera preciso se ampliaría a otros tres días más.

El 7 de septiembre, a instancias del farmacéutico señor Bueno, se convocó la Junta para conocer el estado económico, acordándose no suprimir los socorros hasta el final de la epidemia, pero suministrándolos con la misma prudencia que hasta entonces. Se acordó la redacción de una memoria de cuyo trabajo se encargarían los señores Zugarramurdi, Fuster, Arnau, Bueno y Soler. También se aprobó gratificar a los médicos por 11 votos contra 4.

El número de médicos y de estudiantes de Medicina que entonces visitaban en Zaragoza era de 138, autorizándose entonces a los alumnos más aventajados visitar a los enfermos. Durante la epidemia, los farmacéuticos tuvieron abiertos sus 29 establecimientos. En la Lonja se instaló una sección extraordinaria del Registro para las defunciones y se tomaron medidas especiales en cementerios y escuelas.

Frente a los procedimientos médicos tradicionales, con los intereses económicos que existían en torno a ellos, se abría paso el sistema de inoculación descubierto por el doctor Ferrán. Sus métodos fueron debatidos en la Sección de Ciencias Naturales del Ateneo de Zaragoza, que programó varias sesiones. El 22 de mayo Joaquín Gimeno habló sobre la vacuna del doctor Ferrán, el 25 de mayo intervino Benete para hablar sobre el cólera, el 15 de junio el doctor Aramendía disertó sobre la importancia de los estudios más modernos acerca del cólera, el catedrático de la Universidad de Zaragoza, Salustiano Fernández de la Vega, intervino el 17 de junio y el 18 lo hizo de nuevo el doctor Aramendía, que discutieron sobre la enfermedad y sus posibles vacunas. En el Ateneo de Madrid también se habían celebrado tres conferencias. Estos debates tuvieron mucho eco en la prensa local, que se dividió en dos bandos, haciendo del tema asunto político.

Cuenta Moneva que Zaragoza bebía agua del Canal Imperial, aunque no faltaba quien la mandaba traer del Gállego. Con la epidemia se suspendió la entrada de agua a los depósitos, pero como la epidemia no cedía y el agua se iba acabando, el Ayuntamiento de la ciudad pidió a Bruno Solano, catedrático de Química, que analizara las sospechosas aguas del Canal. Solano aceptó a pesar de lo arriesgado del asunto, considerándolas tras el análisis aptas para el consumo. Joaquín Gimeno en su libro ¡Vamos muy despacio! recordaba los innumerables servicios que había prestado Solano a la agricultura regional, sin recibir por ello "ni una cuartilla de papel que acredite esos servicios".

El 17 de septiembre se organizó un Te Deum solemne en el Pilar y el 24, dada la proximidad de las fiestas del Pilar, se declaró extinguida la epidemia. Se concedió una Cruz sencilla de Isabel la Católica al estudiante de Medicina Ricardo Royo Villanova, por su actuación en el Bocal. La Diputación quiso entregar diplomas para agradecer las prestaciones a todos los colaboradores, pero cientos de ciudadanos fueron hallados dignos de la Cruz de Beneficencia. Sancho y Gil también fue propuesto para la Orden Civil de Beneficencia. En una carta con sello de la Alcaldía Constitucional de Gotor, enviada a don Enrique Clariana, se puede leer: "Este Ayuntamiento quiere que conste en el expediente que instruye VS para el ingreso de Don Faustino Sancho y Gil, en la Orden Civil de Beneficencia, que durante el cólera que tantos estragos hizo aquí, la Comisión provincial y el Sr. Sancho, dispensaron a Gotor inolvidables beneficios debiéndose a la actividad con que se nos auxilió el bien de haber discurrido nuestro daño.

Y después de ratificarnos en esta declaración, la firmamos en Gotor 28 de febrero de 1886". Y firman Domingo García, José y Andrés Martín, Manuel Martínez y como secretario y por los que no sabían escribir, Pablo Moreno.

En otra carta dirigida a Sancho y Gil por Antonio Pérez, alcalde de Calmarza, el 14 de septiembre de 1885, se le volvía a agradecer "su valioso apoyo en las difíciles circunstancias porque se ha atravesado con motivo de la epidemia colérica", participándole que el pueblo de Calmarza jamás olvidaría su interés y su celo demostrados durante la epidemia.

Pero Cistué suprimió todos los expedientes, pidiendo para la ciudad de Zaragoza la Gran Cruz de Beneficencia, excluyendo toda recompensa particular. El cardenal Benavides fue el encargado de imponer al escudo de la ciudad la nueva condecoración, ante el Ayuntamiento en pleno y otras autoridades. A la Real Academia de Medicina se le encomendó conceder la Cruz de Epidemias para premiar la labor de médicos y farmacéuticos.

Cabe recordar que Mariano Nadal, alias "Lorito", pasó 60 días de epidemia en servicio permanente como enfermero voluntario y gratuito y que la niña de 11 años Concepción Ineva Val, asistió en Valpalmas a sus padres enfermos, a su abuela y a sus cuatro hermanos, perdiendo a dos de ellos. El Gobernador Civil envió a un delegado que averiguó lo sucedido, mandando recoger a los huérfanos. Una vez conocidos los hechos, se propuso a Concepción Ineva para la Cruz de Beneficencia.

En mayo de 1888 la Reina Regente Mª Cristina visitó Zaragoza en compañía de las infantas y los ministros de jornada Sagasta y Cassola. La tarde del 15 hubo recepción popular en la plaza de la Seo. En la Lonja, Luis Franco y López, Barón de Mora, y Desiderio de la Escosura pronunciaron breves discursos reivindicando el ferrocarril del Canfranc, para el que la Reina prometió la gestión. Más tarde la Reina con los generales Cassola, Córdova, Moreno del Villar y la marquesa de Monistrol, salió en landó para visitar los cuarteles de Santa Engracia, Artillería, Ingenieros y Aljafería, pasando a la arboleda de Macanaz, desde donde vio tender un puente colgante de barcas sobre el río a los ingenieros militares, pero a causa de la lluvia, la Reina mandó suspender las maniobras. Luego la Reina visitó el Hospicio Provincial, asistido por monjas de Santa Ana. El numeroso público recibió a la Reina con vítores y una lluvia de flores, mientras volteaban las campanas y se tocaba la marcha real. Sentada en el pórtico de la iglesia recibió la salutación de una niña acogida que le ofreció una labor. Allí el Presidente de la Diputación, señor Olleta, presentó a la Reina a los señores Cistué y Sancho y Gil, que ostentaban responsabilidades cuando sucedió la epidemia de cólera en 1885. Concepción Ineva fue presentada a la Reina por Sancho y Gil, "quien con su arrebatadora elocuencia hizo a S.M. el relato del heroico comportamiento de su presentada, solicitando para ésta la Cruz pensionada de Beneficencia". Así lo cuenta Gabino Enciso en su galería de Aragoneses ilustres, quien añade que la Reina costeó la educación de la niña en el colegio de Carmelitas Terciarias. Sancho y Gil se sentía obligado a defender la petición del señor Cistué, que había pedido para Concepción un futuro más venturoso. "Tengo el honor de presentar a V.M. esta solicitud escrita que sin duda será atendida por vuestro magnánimo corazón. Me induce a esperarlo así el recuerdo de las lágrimas que repetidas veces ha enjugado V.M. en el rostro de los desvalidos y que valen más que las piedras de su corona".

Unos días más tarde el comité republicano zorrillista, al que pertenecían Escosura y Sancho y Gil, les pidió una explicación. La respuesta de Escosura fue tajante. "... aquí dentro del Comité donde estoy por derecho propio, no por merced vuestra, seguiré siendo mientras viva, lo que he sido: cristiano, caballero y bien educado. Queda terminado este incidente". La de Sancho y Gil fue más ácida: "Hay en los partidos monárquicos señores dignísimos a quien yo daría todo menos mi voto en unas elecciones; a muchos de mi partido yo no les daría más que, precisamente, ese voto".

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