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 GUERRAS SERTORIANAS

El valle del Ebro, y algunas de las ciudades hoy aragonesas en concreto, serán escenario principal en la guerra civil que se desata en Roma entre la facción aristocrática, encabezada por Sila, y la "popular", dirigida por Mario y Cinna.

En el año 88 a.C. Sila comete el sacrilegio de entrar con sus tropas en Roma, asesinando a algunos caudillos populares. Cinco años después, tras una brillante campaña en Oriente, regresa Sila con los laureles del triunfo, un ejército y un gigantesco botín. Muchos nobles se unen entonces a su causa (Metelo Pío, Pompeyo, Licinio Craso) y se produce el enfrentamiento bélico contra los populares, cuyos excesos, en ausencia de Sila, habían sido notables. Tras la derrota de éstos en Porta Collina (82 a.C.), una ley especial (Lex Valeria del año 82) proclama la dictadura de Sila, ilimitada en tiempo y poder. Sus enemigos no podrán defenderse mediante la intercesión de los tribunos de la plebe, no podrán apelar a los comicios romanos en caso de ser condenados a muerte.

Comienzan entonces las listas de proscritos y son condenados a muerte miles de enemigos de Sila, la mayor parte de la adinerada clase de los caballeros, a los que se les confiscan sus fortunas. Un año antes, en el 83 a.C., un sabino del partido popular, Quinto Sertorio, había sido enviado a España como pretor. Su conducta, inteligente y moderada, pronto supo ganar la amistad de los indígenas y, cuando su nombre apareció en las listas de proscritos, ya disponía de un ejército y de una flota para defender sus dominios. A partir de este momento Hispania, y en espacial las ciudades de Huesca, Lérida y Calahorra, se convertirán en el último reducto del partido popular romano. Su capital sería Osca (Huesca), en el centro del triángulo estratégico de Sertorio y en la ruta hacia las Galias. El poder central romano enviará sucesivamente procónsules para combatir a Sertorio y a los populares. En el año 81 a.C. Cayo Annio Lusco consigue expulsar a Sertorio de la Península mediante traición. Sin embargo, éste no tarda en regresar, reclamado por los lusitanos. Los años siguientes ven resurgir la figura de Sertorio, quien vence sucesivamente al gobernador de Hispania Ulterior (Quinto Cecilio Metelo Pio), al de la Citerior (Marco Domicio Calvino) e incluso al gobernador de la Galia, Lucio Manlio, que vino en auxilio de Metelo.

En el año 77 a.C. se encuentra en su apogeo el poder de Sertorio. En sus manos se halla todo el territorio peninsular dominado en los años anteriores por Roma. Especialmente difícil ha sido para Sertorio la conquista de dos ciudades celtibéricas enmarcadas en el actual territorio aragonés, Bílbilis y Contrebia (que puede ser tanto la Carbica, en Celtiberia, como la Balaisca, Botorrita). Llega el invierto del 77-76 y Sertorio, como era usual entre los romanos, se retira con su ejército a invernar. El lugar elegido no debía de encontrarse muy lejos de Contrebia: era el campamento Aelio (Castra Aelia, cuya localización todavía desconocemos, aunque se suponga en la confluencia del Jalón con el Ebro). En este momento de tregua forzosa se producen dos hechos de gran trascendencia política: por una parte, Sila decide enviar contra Sertorio a Cneo Pompeyo Magno, el hijo de quien había condecorado a los jinetes de la turma sallutiana, según el Bronce de Ascoli. Por otra, Sertorio recibe refuerzos que a la larga le ocasionarán la muerte: Marco Perperna, que había participado en el levantamiento "popular" y antisilano, se le uno con un ejército de 20.000 romanos.

Las fuerzas estarán igualadas para la próxima confrontación de la primavera pero, entretanto, Sertorio se dedica a reorganizar sus dominios y a asegurar la lealtad de los indígenas. A los soldados nativos les alaba su forma de combatir en guerrillas pero a la vez les enseña la táctica romana. Les regala, además, armas con aplicaciones de oro y plata, como las que tenían los celtas de la Meseta. En Osca establece una escuela para los hijos de los caudillos indígenas y les pone maestros en todas las disciplinas griegas y romanas para que al llegar a la edad varonil participasen en el gobierno y en la magistratura. Sin embargo, tal como nos cuenta  el biógrafo griego Plutarco, la realidad era que tomaba a los jóvenes como rehenes.

Llegó la primavera del año 76 y Pompeyo, con un ejército de 30.000 hombres, comienza la ofensiva. Las primeras batallas son favorables a Sertorio (Laura, Alcira) y otras quedan indecisas (Sagunto). Ya en el año 75 Pompeyo decide atacar el más firme reducto de Sertorio, la Celtiberia, donde encontrará la más feroz resistencia de las ciudades. Entretanto, el otro gobernador de Hispania. Metelo, actúa mediante otros métodos, poniendo precio a la cabeza de Sertorio. Éste comienza a desconfiar de los que le rodean. Su carácter se vuelve violento y adopta duras medidas contra sus compañeros latinos y contra los indígenas que le rodean, Por todas partes ve sospechosos y terminará por hacer matar o vender como esclavos a los jóvenes indígenas que se educaban en Osca.

El 74 fue el año del gran ataque de Pompeyo a la Celtiberia. Sus fuerzas son ya muy superiores a las de Sertorio y éste tiene que limitarse a socorrer a las plazas sitiadas y a dificultar las comunicaciones. La caída de Bílbilis y Segobriga (esta última en la provincia de Guadalajara) fue transcendental por su alto valor estratégico. En el 73 terminan cayendo en manos de Pompeyo el resto de las ciudades celtíberas. Sólo Ilerda, Osca y Calagurris, junto con algunas ciudades valencianas y de la Meseta, siguen fieles a Sertorio.

La amnistía que el Senado romano decretó para los partidarios de Lépido (cabeza entonces visible de los "populares") indujo a Perperna y sus seguidores a abandonar a Sertorio y a tramar su asesinato. Cuento éste tiene lugar en un banquete celebrado en Huesca, Sertorio era ya un hombre derrotado y con un objetivo político arruinado. Perperna, a pesar de su traición, intentó mantener todavía la causa de los populares, pero fue derrotado y ejecutado. Las tropas sertorianas se dispersaron y la mayor parte de los indígenas se sometieron. No obstante, las ciudades de Osca y Calagurris siguieron durante un tiempo fieles a Sertorio y, en el caso de Calahorra, sólo un largo asedio por hambre consiguió rendir a la más fiel de las ciudades sertorianas.

La presencia de Sertorio en el valle del Ebro, eficaz y prolongada, fue, sin duda, uno de los más poderosos factores de romanización de la zona. (María Pilar Utrilla)


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