La Comarca de Calatayud
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ANTOLOGÍA DE COPLISTAS APÓCRIFOS

Coplistas apócrifos

I

Quien no conoce la jota aragonesa se equivoca;  piensa mal de ella, como si se tratase de un elemento folklórico grosero y sin gracia. Luego, cuando tenga ocasión de acercársele, comprenderá su error. Encontrará una danza briosa y atractiva, así como unas coplas con posibilidades sorprendentes. Estas últimas, sostén de la jota cantada, se ha cultivado tanto por poetas cuanto por coplistas espontáneos; de ahí su heterogeneidad. Las hay hermosas, con cierto aire epigramático, pero también existen engendros.

Las coplas aragonesas más conocidas no son siempre las mejores, y sucede que la aceptación o el rechazo de cada obrita depende con frecuencia de los joteros. Al fin y al cabo, ellos son quienes ponen la voz y el estilo; justo es que elijan las coplas que más se adapten al canto propio. El resto, las innumerables escritas por quién sabe, se pierden en el olvido o en libros y folletos de páginas rancias. Los coplistas han cumplido su deseo y eso basta. Si sus obras no trascienden más allá del círculo familiar, poco importa; han contribuido a engrandecer el mundo de la jota y han espoleado el ingenio para lograrlo. Bien merecen un reconocimiento, aunque les llegue de una forma vaga e indirecta. Porque entre los coplistas hubo gentes que exigen ser recreadas literariamente y aireadas para escarnio de la intelectualidad intransigente y otros olvidadizos. Y esto es, precisamente, lo que ahora pretendo.

No me resisto a comenzar con un coplista exótico: Lázaro Smith. Quizá fue conocido como "El Lázaro" y tal vez de alcanzó una efímera popularidad, pero nada queda de él que no sean algunas coplas y unas escasas referencias manuscritas a ciertos pedazos de su vida.

Nacido en Idaho (Estados Unidos), Lázaro Smith fue el único hijo de un matrimonio internacional: madre zaragozana y padre norteamericano. Su familia se instaló en Zaragoza cuan Lázaro era todavía un niño, sin que pueda precisarse calle, plaza o barrio de residencia. Tampoco se conoce el porqué de la afición coplera de Lázaro, aunque se observa una clara evolución de su obra, cada vez más típica, que hace pensar en una formación previa muy próxima a los epigramistas. He aquí dos ejemplos, en los que se puede observar alguna reminiscencia marcialesca:

De esta plaza, en los rincones
nunca se mean las mozas;
y no miente quien lo dice,
porque la plaza es redonda.

Y luego:

Paicen hermanicos tuyos
la cecina y el jamón,
pues, aunque no eres salada,
secos ellos sí son.

Sin embargo, a la mitad de su corta producción ya se acerca al estilo más común y que podemos considerar típico:

Puesto que te quieres ir
a ver la hierba crecer,
vete; que Dios te acompañe,
y cuéntamelo al volver.

Por último, he aquí una de sus postreras creaciones, sin duda inclinada hacia el más puro estilo aragonés:

Si escribes, es que te acuerdas;
si te veo, es que has venido;
si gritas, te has enfadau,
y si no estás, ya te has ido.

Según se deduce de algunas cartas recibidas por Lázaro, nuestro coplista pretendió introducir la jota aragonesa en Estados Unidos, donde logró unos pocos adeptos que resultaron insuficientes para tan ambiciosa empresa.

Se sabe también que no fue hombre dado a concursos, pues no figura en ningún palmarés conocido. Y se le supone cierta afición a dar un toque de misterio a sus coplas, como puede verse en este prodigio de anfibología:

El burro del boticario
disimula su cojera
poniendo las herraduras
una dentro y una fuera.

Ante la imposibilidad de conseguir detalles de su vida, quede noticia de Lázaro Smith, un coplista de doble nacionalidad que fue cautivado por la parte aragonesa de su sangre. Tal vez el tiempo nos descubra otros datos y otras coplas, pero no parece probable. Desgraciadamente, la ausencia de una biografía completa se repetirá en el breve recorrido que, a partir de hoy, me propongo efectuar por el universo sugerente de los coplistas apócrifos.

II

El contraste entre la dureza del trabajo agrícola y la belleza bucólica de los paisajes produce frutos singulares. Los ambientes rurales han sido pródigos en coplistas efímeros, autores de una obra ocasional y escasa destinada al olvido. Está dentro de lo normal encontrar aquí pequeños aventureros de la poesía popular, algunos con recia chispa, como van a serlo nuestros coplistas de hoy.

Vayamos a Torrijo del Campo, donde pudo nacer Elías Bronceport; aunque es posible que solamente habitara esta comarca árida y turolense en tiempos de cosecha y procediese de otra zona más acorde con su apellido. Lo cierto es que Elías hace frecuentes referencias a "su" Torrijo y a otras poblaciones vecinas, como puede comprobarse en este ejemplo:

Cogiendo los azafranes
en el campo de Monreal
se pusieron mis riñones
casi en pecado mortal.

Insiste Elías en la dureza de la recolección, tan importante para un jornalero como él, en una larga serie de coplas entre las que destaca la siguiente:

Cuando me agacho en el campo
me se rompe la culera;
o dejo de trabajar
o entierro a la costurera.

Construye también numerosas coplas agronómicas referidas a labores, productos y, sobre todo, a un factor tan fundamental para la agricultura como es la climatología:

Sopla el viento de la sierra
y se forman nubarrones;
los ángeles, esta tarde,
nos van a salir meones.

A Elías Bronceport se le supone una formación intelectual más bien escasa, circunstancia bastante lógica en un trabajador agrícola; sin embargo, nos sorprende con algunas coplas sentenciosas (poco destacables) y con referencias a elementos culturales poco habituales en el campo, como esta clara alusión a Charles Darwin:

Se miró un día al espejo
Un sabio que no menciono,
Y asegura desde entonces
Que descendemos del mono.

De un ambiente rural bien distinto procede el socarrón Marianico, criado entre frutales de la fértil vega saviñanina y más dedicado a las lifaras que a los destajos agrícolas. Marianico Labán es, probablemente, el seudónimo de algún rico labrador. Sus coplas son variadas, aunque se le observa una tendencia evidente a decir la verdad simple de una forma más o menos directa, como en este discreto ejemplo:

Si pones cuatro ladrillos
cada uno encima del otro,
no tendrá hecha la tapia,
pero habrás "hacido" un trozo.

Otras veces da un rodeo mayor hasta llegar al desenlace, siempre buscando lo verdadero, que pude ser tan chocante como en esta copla:

Me has convidau a morcillas,
a jamón, lomo y chorizo;
no sé si date las gracias
a ti o al pobre tocino.

El punto culminante de su estilo lo alcanza Marianico en esta jota, preferida por su autor y cuyo texto parece indiscutible:

En mi pueblo, las mujeres
de veinte años son diablejas,
de cuarenta son hermosas
y a los ochenta son viejas.

Pienso que entre las coplas aragonesas cultas y las procedentes del ambiente rural no hay diferencias esenciales. La explicación a este fenómeno debe buscarse en la selección que sobre ellas ejerce el paso del tiempo, manteniendo vivas las más aceptables y rechazando drásticamente aquellas que dañan al oído o la vista. Esta ley, no siempre demostrable, sirve también para los coplistas apócrifos, porque la vida escrita tiene muchos, seguramente todos, de los derechos y obligaciones propios de la vida real.

III

Si la jota bailada es gozo para la vista, convertida en cántico puede serlo para el entendimiento. Cuando la copla que la sostiene es capaz de transmitirnos misteriosas imágenes, y la vez del jotero le da vida y sentimiento, resuena dentro del oyente durante largo tiempo. Es esa jota que un día escuchamos y que ya no podemos apartar de la memoria. ¿Por qué? Parece inexplicable, y tal vez resulte hermoso que así sea. Pero tampoco está de más pensar un poco en el asunto, considerando los factores musical y lingüístico. Limitándonos al último, recuerdo una copla cuyo análisis me sorprendió:

Caminico de Ribota
parecía una princesa,
con todo el día en la cara
y la noche en la cabeza.

El primer verso expresa movimiento, vida, y el segundo admiración; el tercero, la hermosura de un rostro, y el cuarto octosílabo, oponiéndose al anterior, dice que el pelo oscuro es la noche: el misterio como coronación de la belleza.

Esta copla se debe al levemente erudito Victorio García Foz, un maestro de escuela nacido en la zona alta de Huesca y afincado en el valle del Jalón. Prolífico coplista, Victorio destacó en su primera época por un peculiar sentido paisajista, como puede apreciarse en esta evocación de los áridos cerros armantinos:

Cerca de Calatayud
cunden los cerros de Armantes,
un lugar donde la luna
pintó en la tierra paisajes.

Otras veces se refiere a monumentos concretos, como en esta copla dedicada al traslado de una vieja fuente, emplazada originalmente en una hondonada muy concurrida y llevada luego a un lugar donde, por acumulación de edificaciones interesantes, la hacen pasar inadvertida:

¡Quién te ha visto y quien te ve,
fuente de los Ocho Caños,
antes humilde y mandona
y ahora altiva y sin escaño!

Quizá caiga Victorio en un ligero oscurantismo, debido al afán nada censurable de dignificar el lenguaje. Pero ello favorece la brevedad, y dice mucho en pocas palabras:

Olivos, los de Sediles,
junto a la sierra Vicor;
cuanto más olivas dieren,
más palos les diera yo.

Sin duda se refería a la recolección de la aceituna, puesto que son más vareados los olivos con buena cosecha que cuando la tienen escasa. Y en la misma línea de condensación se mantiene, salvando las distancias temáticas, en esa otra copla:

Aquí nacimos iberos
y nos hicieron romanos,
y más que romanos, moros,
y más que moros, cristianos.

No pudo decir con menos palabras la historia de la tierra a la que tanto amó.

Ya retirado de la enseñanza, dedicado al turismo entre otras ocupaciones saludables, recorrió la provincia que le vio nacer, es decir, Huesca, olvidando la actividad copleadora casi por completo. No obstante, quedan de esta última etapa de su vida algunas coplas de corte clásico, como la siguiente:

Como un pedacico de aire
llegó aquí la libertad;
unos supieron guardarla,
y otros la echaron al mar.

Con Victorio García Foz termina esta pequeña serie de coplistas apócrifos, homenaje a los numerosos amantes de la jota aragonesa que algún día tomaron papel, lápiz e ingenio y escribieron sus coplas, hoy del pueblo o del olvido.

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