La Comarca de Calatayud
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Purroy en el siglo XVIII

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | El siglo XVIII se abre y se cierra con guerras. La primera la Guerra de Sucesión, en la que Aragón tomó partido por el pretendiente Carlos de Habsburgo, en contra de Felipe de Borbón. El reino se alza en armas en 1705 y en 1707 pierde la guerra, además de sus fueros y peculiaridades históricas. En ella las tropas francesas llegarán hasta Illueca, asaltarán el castillo y arrojarán por un barranco los restos del Papa Luna. La segunda será, tras la Revolución Francesa, la Guerra de la Independencia.

Miguel de Monterde y López de Ansó (Aguarón, 1730 - Calatayud, 1791), prior del Santo Sepulcro de Calatayud y miembro desde 1781 de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, en su Ensayo para la descripción geográfica, física y civil del corregimiento de Calatayud de 1788, nos daba unas precisas noticias sobre Purroy. La villa, que pertenecía entonces a la Casa de Zamora de Zaragoza, tenía 50 vecinos. En su corta superficie de vega se cultivaban cáñamo, lino y judías. En sus montes, que criaban romero e hiniestas, se trabajaban viñas, zumaque y un gran olivar del que pagaban de cuatro arrobas una al señor. La villa contaba también con un azud sobre el Jalón en el término de Morés.

Antonio Ubieto, en Los pueblos y los despoblados, daba para Purroy 17 vecinos en 1713, 10 vecinos en 1717, los mismos que en 1722 y en 1787, y 33 vecinos en 1797.

Monterde escribía en su Ensayo, refiriéndose a sus paisanos: "Los hombres de este Partido son de mediana estatura, membrudos, color cetrino, poblados de barba, de complexión fuerte, animosos y constantes en la fatiga, sobrios en el vestido, comida y casa. (...). Son fieles y constantes en la amistad, silenciosos y poco cultos en la expresión, pero sentenciosos, amantes de la antigüedad y del suelo donde han nacido (...). Viven larga vida si respetando los límites prefijados por la naturaleza, no se abandonan a los desórdenes destructores y de la economía animal (...). Las diversiones públicas y comunes a todas clases son corridas de toros y juegos de pelota, y de las gentes del campo el tiro de barra, de bola, y de canto. En las fiestas de los pueblos es universal el baile en las plazas públicas por la noche de la víspera y por la tarde del día, presenciados por la justicia y vicario en lo antiguo, y las corridas de pollos. No hay teatros ni otros lugares públicos más que para juego de pelota (...). No han servido a las artes y comercio pero han procurado su subsistencia con el sudor propio y con los productos de su propio suelo. Como en estos naturales, aunque establecidos variamente en todo el Corregimiento prevalece el genio por la agricultura que no ama las artes mecánicas, la sobriedad que tampoco es amiga de fábricas y el amor al suelo en que han nacido que no da espíritus para el comercio de fuera, no han adoptado otras artes, fábricas y comercio, que las necesarias e indispensables en toda sociedad civil" (...). El genio de estos naturales no es de trajineros, de fuera vienen a buscar lo que sobra y traen lo que falta. Los castellanos llevan el vino y frutas y traen los granos. Los de tierra baja traen el aceite y jabón que tiene salida a Castilla. Los géneros de ultramarinos los conducen de Vizcaya y de Navarra los de Ciria y los de Borobia y cargan el cáñamo para el Ferrol".

Las enfermedades endémicas que consignaba Monterde de sus contemporáneos eran el dolor de estómago, los dolores de cabeza, las anginas espurias, las fluxiones, los catarros, la hipocondría, la semiterciana en años lluviosos, las afecciones histéricas y el mal de hijada. El doctor Miguel Liñán, en su Disertación latina de 1776, las atribuía "a las prontas mutaciones de los tiempos, a la concavidad del suelo, a la humedad que excitan los ríos, a los vapores crasos y pingües que comunican al aire y a la sustancia de los alimentos".

Monterde, en el apartado referente a la agricultura e industria, escribía: "Las vegas de Jalón, Manubles, Jiloca y Aranda son fértiles y en ellas ha cebado más la sementera de cáñamos y la industria de legumbres, hortalizas y fruta".

Ignacio de Asso, en su Historia Económica de Aragón de 1798, dejaba constancia que de Calatayud a Chodes, la ribera del Jalón comprendía 1707 cahizadas. Sabiñán tenía 550, Morata 226 y Morés 363. Las restantes 568 se distribuían entre Huérmeda, Embid, Paracuellos, Purroy y Villanueva. Y añadía que en la vega de Calatayud, una hanegada de 2.025 varas de superficie se pagaba entre 200 y 240 escudos.

Monterde afirmaba que el cultivo del lino era muy antiguo en estas tierras, cuya calidad ya había celebrado el botánico turiasonense Bernardo de Cienfuegos, aunque sólo se conocía en Ariza y su tierra, y desde Sabiñán a Ricla. William Bowles, en su Introducción a la historia natural de España, ya había alabado las excelencias del cáñamo y del lino aragoneses, aunque de todos se prefería el de Calatayud.

Bernardo de Cienfuegos (Tarazona, h. 1580 - Madrid, h. 1640), al que copia Asso de su inacabada Historia de las plantas, escribía refiriéndose al lino: "En España hilan poco las mugeres; solo conocemos un mercado de lino, que llaman de Daroca... El de las montañas de Castilla es algo corto, y negro: el de la Rioja, y Aragon es doblado largo de pelo, y mas blanco. El dia, que hoi escribo esto, no se hallará en Madrid una libra para hilar, aunque les paguen á peso de oro: tanto es el descuido de la labranza, y falta de gente. En Aragón valia una arroba de 1600 á 22 reales del mas escogido, y hoi año de 1628 vale á 3 ducados y en plata, de suerte que con la subida de precios, prohibicion, y Pragmaticas no entra en Castilla una onza".

Asso escribía que el lino de la ribera baja del Jalón era más corto que el de Borja y de peor calidad, debido a la mala disposición de las albercas, al poco cuidado al arrancarlo bien maduro y al meterlo en agua para que macerara hasta el grado preciso de putrefacción.

Según Asso, la vega de Calatayud era muy adecuada para el ya antiguo cultivo del cáñamo, que ganaba en altura y robustez de hebra a los cáñamos del norte, por eso era preferido en los arsenales reales para los cables, jarcias y lonas. A su vuelta los carreteros traían congrio curado, que sigue gozando de gran renombre en la cocina comarcana.

En 1784, Mariano Lozano, natural de Paracuellos de la Ribera y beneficiado de su iglesia parroquial, además de socio de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, publicó la traducción de un tratado sobre el cáñamo, que había publicado Mercandier, Intendente de la provincia de Berri, en 1755, y aún publicó otros papeles sobre agricultura.

En 1796 el conde de Aranda fue autorizado a residir en Épila. Es entonces cuando realiza unos ensayos en sus tierras para la obtención de plantas más productivas de cáñamo, trayendo simiente de Granada. También cultivó y estudió la saina, pero estas actividades duraron poco, pues el conde falleció de pulmonía el 9 de enero de 1798.

Asso apuntaba que las judías, que también se cultivaban en Purroy, se acostumbraban a sembrar en los melonares. En Jaca se cultivaban por aquellas fechas las judías miñonas y boliches, y en Zaragoza se hacía lo propio con las comunes, las boliches o de riñón y las caretas. Monterde explicaba también en su Ensayo: "De las judías se hace vario uso comiéndolas ya verdes ya granadas (llámanlas botas) ya secas, que es el alimento común y ordinario de las gentes".

Sabemos que Purroy tenía en el siglo XVII molino de harina y ruejo, pues la harina y el aceite eran entonces alimentos básicos en todos los lugares. Hasta nuestros días ha llegado un plato típico de Purroy, las farinas, que en tierras levantinas, más pobladas que ninguna otra de moriscos, reciben el nombre de gachas, aunque se comen más trabadas, acompañadas aparte con tomate y con carne.

A raíz de la expulsión de los moriscos en 1610, sólo quedaron en Purroy tres familias cristianas, la de Juan Cabeza, la de Francisco Baeza y la de Francisco Jaraba, hasta que el nuevo barón facilita la repoblación del pueblo con veinte familias procedentes de Torralba de Ribota, ofreciendo las 28 casas del lugar. El nuevo barón, Juan de Chávarri y Larram, merino perpetuo y justicia de la ciudad de Estella, Roncar y Canales, había comprado Purroy el 19 de julio de 1608 a Francisco de Sandoval, duque de Lerma, quien había recibido la villa del propio rey Felipe III, el 15 de febrero de 1599.

Entonces Juan de Chávarri dio a las nuevas familias la vega y los montes para su cultivo. Del monte daban al nuevo barón un quinto y de los olivares un tercio. Otro tanto ocurría con el trigo, el centeno, la cebada, la avena, el vino, el aceite, el zumaque, el cáñamo, el lino, los melones, las habas, los ajos y las cebollas. Debían darle además toda la paja que el barón necesitase para atender el servicio de su casa, así como judías, garbanzos, lentejas y guijas, de 5 almudes en adelante. Los nuevos vecinos debían sustentar y tener patentes y bien provistos el mesón, la carnicería, la taberna, la tienda y el hospital, sin pagar por ello ningún impuesto al barón. Debían remunerar al vicario, exceptuando las necesidades alimenticias, que corrían a cargo del barón, que se obligaba también a sostener la iglesia en cuestión de ornamentos, cruces y cálices, exceptuando la cera, el incienso, el cirio Pascual, el crisma, el pan bendito, el vino y el aceite para la lámpara del Santísimo Sacramento. Los nuevos vecinos debían construir un cementerio y cuidar y limpiar el azud y las acequias por su cuenta. El barón debía tener el molino de harina con la puerta abierta, a cuyo cargo quedaba también el ruejo de aceite. Los vecinos debían poner cada año un maestro y los peones necesarios para la molienda de las olivas. El barón también ponía a disposición de los vecinos todos los términos del lugar, para que pudieran tener ganados, obligándose a dar al barón 800 sueldos anuales, pagaderos el día de San Miguel de septiembre, siendo la primera paga tal día del año 1612, dando al barón la décima de ganado menudo que se criase en estos términos, el día de la Cruz de Mayo. El barón daba a los vecinos todas las frutas de secano y de regadío que se cogiesen en su término, debiendo entregarle 800 sueldos el día de la Pascua de Resurrección, así como toda la fruta necesaria para su casa, durante el tiempo que residiera en la villa.

Monterde señalaba en su Ensayo que todas las ovejas del Partido eran churras, aunque también apuntaba, por muy extraño que nos resulte ahora, que se criaban cerdos con bellota en los montes de Aranda, Berdejo, Torrijo, Sisamón, Cetina, Cimballa y Tobed.

En Purroy se cultivaba el olivar de Trasmon. En el libro Aragón Reino de Cristo y Dote de María Santísima, de Fr. Roque Alberto Faci, impreso en 1739, se dice que el patrocinio de la Virgen de Pietas era para todos los favores en general, pero sobretodo para arrojar los demonios del cuerpo. La Virgen de Pietas socorría en toda ocasión al pueblo de El Frasno, aunque también concurrían en procesión de rogativa los pueblos vecinos y especialmente los de Sabiñán y Morata del conde, con no pocas penitencias y ayunos. Quizá tampoco faltaran los de Purroy, que se aprovecharían también de las siempre escasas aguas del barranco de Trasmón, para dar algún riego a los olivos y de esta manera asegurarse la siempre incierta cosecha.

Asso apuntaba que el aceite se usaba entonces como único condimento en las comidas, dando una media de dos arrobas por individuo y año de gasto, que se utilizaría en la cocina y en el escaso alumbrado de las casas. Asso consideraba como moderada esta cifra de dos arrobas por persona y año, pues aunque donde se vivía con muchas estrecheces sólo se consumía una arroba por persona y año, lo general era gastar más de dos arrobas. A los niños les asignaba un gasto de media arroba por año, pues según la costumbre del país, se les alimentaba dos o tres veces al día con sopas. A esto había que añadir el aceite que gastaban las lámparas de las iglesias, que Asso elevaba a cuatro arrobas anuales por cada lámpara que ardiese día y noche.

En aquel tiempo como en éste llevarían justa fama las olivas de Trasmón. Monterde señalaba en su Ensayo: "El negral da las olivas dulces que se maduran como pasas, estimadas de muchos para comerlas secas, cuya especie de olivos era rara en España en tiempo de Plinio". En aquella época el cultivo del olivar estaba en auge. Asso indicaba que en 1798 habían aumentado mucho los plantíos de olivos en los partidos de Barbastro y Calatayud, siendo muy importante su cultivo en la zona que comprendía desde Calatayud hasta Chodes, calculando en cerca de 80.000 arrobetas de 24 libras la producción de aceite en el Partido de Calatayud, calculado por quinquenio. Entonces Paracuellos producía 33.000 arrobas de aceite, Sabiñán 24.000, Morés 8.000 y Sestrica 4.000.

Monterde nombraba en su Ensayo a un coetáneo suyo, canónigo de Santa María de Calatayud desde 1795: "Don Vicente Martínez vicario de Inogés, ha publicado una Instrucción fundada en las experiencias de aquel pueblo y de los de Santa Cruz y Tobed, que han sabido aprovecharse de las ventajas que tiene aquel terreno para criarlos, porque las estacas fructifican antes que en otros. Sus naturales tienen genio y tanto acierto que apenas se les pierde planta. Los olivos dan cosecha todos los años y en Santa Cruz muestran uno que dio diez arrobas gruesas en dos años seguidos; se crían en medio de las carrascas y próximos a ellas contra la opinión de Columela de que las raíces de la encina son dañosas al olivo".

Mosén Vicente Martínez Guillén (Inogés, 1741 - Calatayud, 1805) firmaba esta Carta instructiva sobre el cultivo de los olivos en Inogés, el 6 de junio de 1785, carta que enviará a la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País. En la Junta General celebrada por esta Sociedad el 17 de junio de 1785, se da cuenta que la Junta de la Clase de Agricultura celebrada el día 13, había propuesto la utilidad de la publicación de la memoria de don Vicente Martínez, precedida de un prólogo, con la intención de repartirla gratuitamente entre los labradores y párrocos. Mosén Vicente Martínez, según se dice en esta acta, contribuyó en la impresión con doce duros, lo que le valió fuera nombrado socio numerario de la Real Sociedad Económica libre de contribución, actitud que se repetiría con otros curas de almas "que diesen tan constantes testimonios de su desinterés, y amor á la Patria", pues su ministerio espiritual no era incompatible con "el cooperar también á la felicidad temporal, á la abundancia, á la ocupación, y á la industria de los Vasallos del Rey".

Con razón se escribía en el prólogo de la carta instructiva: "Los amigos del País, cuyos conatos ácia el bien comun no son todavía reconocidos de muchas personas que miran con indiferencia, ó aversión la salud pública, no cesarán de dar testimonios de su agradecimiento á las personas benéficas de todas clases, que quieran cooperar á los fines de su Instituto Patriótico, bien cercioradas que con este constante proceder vendrán tiempos, que como en todos los Países cultos, se reconozca la importancia de unos Cuerpos formados de Ciudadanos honrados, que con singular desinterés procuran sacar á la Nación Española del letargo en que yacía, y que habia llegado hasta desconocer sus más importantes y esenciales intereses".

En esta carta instructiva, mosén Vicente Martínez aseguraba que el cultivo de los olivos había estado poco fomentado en Inogés, por eso se consideraba "obligado a instruir á mis Feligreses, alentandolos á hacer nuevos plantíos, y esplicandoles la diversidad de olivos, para elegir aquellos que fuesen más adaptables, y fructiferos al terreno, y de la mejor especie". Mosén Vicente Martínez enumeraba en su memoria las especies de olivos entonces conocidas y cultivadas, que eran las siguientes: los reales, el sevillano, el picudillo, los negrales, el racimillo, el royal, los acebuchos, los cirujales o largares, el verdillo, el carrasqueño, el bodoquero, el manzanillo, el mortero y los tordelleros. Mosén Vicente Martínez trataba en su memoria del modo de plantar los olivos, de los cuidados, poda y recolección. Para él el modo más conveniente de recoger las olivas era con escalera y a mano, nunca a palos, como acostumbraban a hacerlo en la ribera de Saviñán y en El Frasno.

Mosén Vicente Martínez también había colaborado económicamente en las plantaciones de olivos en Inogés, repartiendo "aquel sobrante de cofradias que mal imbertido era causa que se cometiesen algunos excesos; y en el presente año de ochenta y cinco de mi corta renta, he repartido á mis Feligreses doscientas y cincuenta estacas, que me han costado á cinco sueldos cada una de compra; de manera, que asciende el número de estacas que se han plantado en este Pueblo á dos mil y seiscientas, sin incluir en este número otra mayor cantidad que de caudal propio han puesto ó plantado mis Parroquianos".

El Censor de esta carta instructiva fue Juan Antonio Hernández y Pérez de Larrea (Villar del Salz, 1730 - Valladolid, 1803), canónigo en Zaragoza desde 1775 y obispo de Valladolid desde 1801, destacado miembro de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País e infatigable divulgador de las nuevas técnicas agrícolas e industriales. En 1798, Asso confirmaba que en La Almunia se estaban plantando gran cantidad de olivos empeltres. Trece años antes el deán del Cabildo de Calatorao, Juan Antonio Hernández de Larrea, había propuesto al Cabildo que facilitase a los vecinos 8.000 olivos empeltres para plantarlos en el término de la Granja, que era adecuado para su cultivo. Aquella propuesta no fue secundada por el Cabildo, a pesar del corto gasto que iban a producir las plantas, que Asso estimaba entre 24 y 26.000 reales.

En el número 131 del Tomo VI del Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los Párrocos (1797-1808), se publicó un detallado estudio que daba cuenta de la experimentación de Juan Hernández de Larrea sobre catorce especies de trigo.

En la Junta de la Real Sociedad Económica celebrada el 24 de marzo de 1786, el censor segundo afirmaba que se había concluido la reimpresión de la memoria sobre el cultivo de los olivos de mosén Vicente Martínez y que ya podían enviarse los 50 ejemplares que tenía pedidos el obispo de Segorbe.

En 1787 y en casa de Juan Ibáñez se imprimió la Carta instructiva sobre el plantío de viñas, cultivo de las tierras, sobre trigo y cebada, legumbres y zumaque, de mosén Vicente Martínez, cura de Inogés. Pero aunque queda constancia de su edición por la Junta de la Real Sociedad Económica celebrada el 31 de agosto de 1787, este libro no se encuentra en la biblioteca de aquella sociedad. Un resumen de esta carta instructiva referido al zumaque, se publicó en el número 280 del Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los Párrocos, correspondiente al día 13 de mayo de 1802.

Asso apuntaba en su Historia que la cosecha de zumaque había crecido proporcionalmente al incremento de las fábricas de curtidos de Brea. Monterde también confirmaba su cultivo en los pueblos de la ribera del Jalón.

En relación con las viñas, Monterde señalaba que el vino que más abundaba era el tinto fino, que en el campo de Cariñena llamaban geribera. También daba noticias de que la uva garnacha había degenerado. Las uvas llamadas de alzar, que se conservaban para el invierno, de grano grueso y negro y pellejo oscuro, se plantaban en Campiel y Huérmeda en emparrados. Monterde ponderaba mucho el vino tinto de Arenillas, término de Paracuellos de la Ribera. Por su parte Asso apuntaba que las huertas del Partido de Calatayud producían 10.000 alqueces de vino. Desde la mitad del siglo XVIII había aumentado la cosecha de vino en las tierras de Calatayud, debido a los muchos rompimientos realizados en los montes comunes para plantarlos de cepas. Asso enumeraba algunas variedades entonces cultivadas, como el crucillón, de grano grueso, apiñado y largo, el vidadico, de grano grueso, globoso y casi sin pedúnculo, el perrel, que se trataba de una uva mostosa y blanda, cuyos racimos blanqueaban de lejos, como si estuvieran cubiertos de polvillo, y la garnacha, que tenía dos variedades, una de racimos pequeños y grano menudo y otra de granos mayores de color violado. De uvas blancas destacaba el moscatel romano, el común, la balancia, de color de oro, el palote, de grano grueso, de tamaño de un cascabel, y el montoncico, de grano muy apiñado. En Cariñena dominaba el crucillón y las garnachas.

En tierras de Zaragoza las viñas plantadas en terrenos fértiles rendían 5 y 6 carretadas de uvas por cahizada, aunque normalmente venían a rendir de 3 a 4 carretadas. Asso y Monterde consideraban que la elaboración de los vinos dejaba mucho que desear.

En los huertos de Purroy también se cultivarían frutales para el consumo familiar. Asso citaba en su Historia los melocotones y albaricoques de Campiel, que gozaban de cierta fama, recomendando su injerto en escudete en ciruelo silvestre o arañón, que eran de más vida que los injertos hechos sobre almendros o bien de los nacidos de hueso. Monterde aseguraba que en los huertos no faltaban los alberchigos, los albaricoques, los priscos, los duraznos y los melocotones. De los frutos de hueso citaba a los cascabeles, las ciruelas pasas, que Marcial llamó damascenas, y las ciruelas invernizas, que maduraban tarde y se conservaban todo el invierno. Monterde mencionaba también los higos negros de Embid y de Paracuellos de la Ribera. De las variedades de manzana nombraba varias: camuesa, esperiega, clara, rayada, comadre y pinchonas. De peras refería otras tantas: la chata, que se tenía por propia de Embid de la Ribera, la bergamota de Campiel, que era la más fina y delicada, y la de donguindo que abundaba en Ateca.

Asso citaba por su parte varias clases de peras: la bergamota chata, que era la que abundaba en tierras de Daroca, y la pera de invierno, semejante a la Virgouleuse francesa, que se conservaban hasta finales de enero, los perones, que se destinaban para el mostillo o bien para comerla cocida, pues se volvía modorra antes de madurar, y la pera del deán o limonada, que era bastante rara. En la parte de Jaca se cultivaban las de piel de sapo y las del deán, oriundas las dos de Francia, que aguantaban bien hasta finales de enero.

Asso tenía preferencia por la manzana camuesa, de fragante aroma, aunque también citaba a la comadre o imperial, de figura oblonga, a la esperiega, chata y amarilla, a la manzana helada, verde antes de sazonar y luego amarilla, la garcía, de forma globosa, de color amarillo con tintes rojos, y la pero pardo, que así se conocía en Madrid, aunque era escasa en Daroca.

El cultivo de la patata tuvo que vencer en España no pocos escrúpulos y su imposición como alimento básico del campesinado y masas populares, no se registrará hasta bien entrado el siglo XIX. Su cultivo se inició en 1768 en la comarca de Mondoñedo. Asso señalaba que poco antes de 1798 se había introducido su cultivo en Villanueva y en otros lugares del valle de Benasque, donde las llamaban Triunfas. Es seguro pues que no se cultivarían aún en toda la ribera del Jalón.

Asso, dentro de la corriente ilustrada, defendía las mejoras de las operaciones agrarias y la enseñanza práctica a los labradores, pues consideraba que las labores que se realizaban no eran del todo aconsejables. Los animales de labor, por lo general, se reducían a unos malos caballos o mulas flacas, los arados tenían mal dispuestas las rejas, además de estar faltas de peso y proporción, las azadas eran muy agudas y abundantes los holgazanes. "La agricultura es una ciencia toda práctica, y sus reglas pocas, mui generales, y conocidas. La gran dificultad consiste en la aplicación; porque ésta varía al infinito segun las innumerables diferencias, que se advierten en el clima, situacion, calidad, y otras circunstancias de los terrenos, que aun supuesta su mucha proximidad pueden ser mui desemejantes".

Algunos acontecimientos romperían la esforzada y monótona vida de las gentes. Queda registrado que la cabeza reliquia de San Gregorio de Ostia visitó en 1786 las Comunidades de Daroca y de Calatayud, para conjurar una gran plaga de gusanos corrosivos que atacaban a los árboles y a las viñas. El día 30 de junio, yendo la reliquia de San Gregorio de Sestrica hasta el Frasno, Sabiñán pidió hacer un conjuro en San Blas para Trasmón, siendo adorada por un gran número de gentes. Es probable que los vecinos de Purroy se acercaran entonces a la ermita de San Blas, que compartían con Sabiñán y Morés.

En el incendio del Teatro de Comedias de Zaragoza, que explotaba el Hospital de Ntra. Sra. de Gracia, la noche del 12 de noviembre de 1778, murieron 77 personas, entre ellas el conde de Argillo y la hija primogénita del barón de Purroy. Como Regidores del citado hospital encontramos en este siglo a Nicolás Zamora Treviño, barón de Purroy, Alguacil Mayor de la Inquisición, que lo fue de 1768 a 1801, fecha de su muerte, y a Joseph Dara, barón de Purroy, Noble de Aragón, que lo fue desde 1799 hasta 1819, fecha de su muerte. Joseph Dara fue durante los Sitios el más activo y celoso de los regidores del Hospital de Ntra. Sra. de Gracia. Después del primer Sitio, se pensó en reedificar el Hospital, llevando la gestión el barón de Purroy, quien se dirigió a todos los aragoneses y en particular a los zaragozanos bien acomodados, en demanda del auxilio moral y material preciso. Pero tiempo después aconteció el segundo Sitio y al final del mismo, el proyecto de reedificación del Hospital se consideró irrealizable. Durante el segundo Sitio, en febrero de 1809, Palafox, al verse incapacitado, dio sus poderes a Pedro María Ric y nombró una Junta Suprema de Gobierno compuesta de 34 personas, entre las que estaba el barón de Purroy, Junta que tuvo que decidir la rendición del 20 de febrero. En 1814, el barón de Purroy, junto a otros personajes de la Sitiada, dirigió al rey un manifiesto exponiendo la situación del Hospital, que el mismo Fernando VII escuchó en su visita a Zaragoza.

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